Opinión: El Juli.

Por Manuel Peñalver.

Julián López es un maestro del toreo. Cuantos más años cumple, más sublime se hace su concepto. La tauromaquia del diestro madrileño parece una novela escrita entre la dehesa y el ruedo, entre el silencio de los campos y el tendido, entre un párrafo cervantino; y otro, azoriniano.

El toreo de Julián es armonía y vocación, eternidad y alba, inteligencia y corazón. Su capote, cuando se despliega, parece un soneto del Siglo de Oro, entre una verónica y un farol; entre una larga cambiada y un delantal; entre una sonata y una melodía; entre una metáfora y una guitarra de Jerez. Su muleta tiene temple belmontino y cadencia gallista, naturalidad rondeña y misterio ojedista, pulcritud antoñetista e inspiración pepeluisista.

Para llegar a ser sentimiento y flamenco en el aura de un lienzo velazqueño. Ver torear a Julián equivale a leer con la medida del tiempo aristotélico los volúmenes de don José María de Cossío, y de don Antonio Díaz-Cañabate: maestro y discípulo, en la alegoría de los momentos que se eternizan. Almería tendrá la suerte de paladear, un año más, el gusto exquisito de una tauromaquia: espléndida en su interpretación y en su realismo mágico; en su épica y en su inconfundible acento.

Publicado en Diario de Almería

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