
Con Manzanares de padrino y Roca Rey de testigo, el cartel fue una manifestación de la internacionalización de la Fiesta: un mexicano doctorándose en una plaza francesa con un español y un peruano
Por FRANÇOIS ZUMBIEHL Dax (Francia)
Esta corrida inaugural de la Feria de Dax, del 11 de agosto, despertaba mucha expectación. Plaza abarrotada de gente en blanco y rojo, relumbrante al sol sin piedad, con un calor de unos cuarenta grados –difícil de soportar para todos y para toros-, y la alternativa de un novillero puntero. El cartel fue además una manifestación elocuente de la internacionalidad de la Fiesta: un mexicano doctorándose en una plaza francesa con un padrino español y un testigo peruano. Fue también una ocasión de afirmar los derechos de la afición. En el muro exterior de la plaza un gigantesco cartel rezaba: ‘Espíritu del Sur; mi cultura, mi identidad, mi libertad’; los toros como bastión de la eterna guerra cultural en Francia de las regiones meridionales contra el jacobinismo parisino.
Pero, a pesar de la disponibilidad de los tres toreros, la fiesta se estancó por el comportamiento de los toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados, por cierto, pero todos escasos de fuerza, cortos de embestida y parados al final. Con su forma propia de tocar las teclas Fonseca, Manzanares y Roca Rey me parecieron tres maestros que no lograron hacer sonar la música porque sus pianos estában desafinados. Dada la condición de los toros, los principios, en el capote y en la muleta, fueron alentadores y embarcaron al público, pero pronto el viaje terminó y todo quedó en preludios muertos.
Clamorosa vuelta al ruedo
Con Dudosito, el astado de su alternativa, Isaac Fonseca desempeñó, al principio, con el capote y la muleta, un toreo comprometido pero clásico, como si se exigiera a sí mismo, al pasar al escalafón de matador, renunciar a ciertos alardes más propios de la novillería. Esto tal vez desorientó un tanto al público que tardó en calentarse. Cuando el toro se paró volvió a las cercanías y mató de una buena estocada. Hubo fuerte petición de oreja, negada por el presidente al que se le pitó, y Fonseca dio una clamorosa vuelta al ruedo, en lo que fue el único momento triunfal de la tarde.
Con el último, mansote, Isaac supo aprovechar su movilidad orientada hacia las tablas, pero también el toro se paró al final. Ni con las cercanías, ni con el toreo ensimismado, asumiendo los riesgos inherentes a la quietud y al aguante, logró despertar a su contrincante.
De Manzanares guardo sus verónicas de saludo, en redondo, de una suavidad exquisita, y la serenidad en su forma de hilvanar su faena con pases amplios. Roca Rey demostró su mando y su pleno dominio de las distancias y de los terrenos. También intentó alegrar al toro citándole de largo, desde los medios, y de rodillas –lo que hizo también Fonseca– pero la respuesta del animal fue muy escasa, como la de todos sus hermanos.La decepción del respetable se ciñó claramente sobre el ganado. Los tres toreros, y especialmente Fonseca, salieron ovacionados de la plaza. La temperatura y la falta de casta ahogaron los buenos momentos y vistieron de gris la tarde a pesar de este cielo sin nubes.
Publicado en ABC
