
37º aniversario de la muerte del torero madrileño en la plaza de Colmenar Viejo.
Por Antonio Lorca – El País.
Hoy tendría 58 años; estaría retirado de los ruedos, quizá, y gozando de las mieles de una trayectoria artística sobresaliente. Pero un toro de la ganadería de Marcos Núñez, Burlero de nombre, negro de capa, astifino, número 24, se lo encontró a la caída de la tarde del 30 de agosto de 1985, en la plaza de Colmenar Viejo, le partió el corazón y acabó con el sueño de un chaval llamado, quién sabe, para ser una figura de época.
Tenía solo 21 años, había conocido la gloria de salir a hombros por la puerta grande de Las Ventas, y la tragedia de presenciar en directo la muerte de Paquirri. Había sido un torero precoz, alumno de la Escuela de Tauromaquia de Madrid, novillero brillante de corta y exitosa carrera, y un matador de toros que pronto sorprendió por su concepción clásica; tenía valor, sentido del temple, una innata elegancia y una afición desmedida. Nadie sabe qué hubiera sido, pero se atisbaban en él condiciones de gran figura del torero. La pena es que no tuvo tiempo de madurar porque un toro bravo y encastado, al que cuajó en la faena de muleta con torería de maestro consumado, le quitó la vida. José Cubero Sánchez El Yiyo había nacido el 16 de abril de 1964 en la localidad francesa de Burdeos, donde sus padres residían como emigrantes, pero se consideró madrileño del barrio de Canillejas de toda la vida. Acababa de cumplir solo 17 años cuando recibió el título de matador de toros en Burgos, con Ángel Teruel como padrino y José María Manzanares de testigo. Y ahí comenzó una trayectoria que encontraría su punto culminante en la Feria de San Isidro de 1983. Su nombre no figuraba en los carteles, pero, -lo que es la vida- las sucesivas ausencias de Roberto Domínguez, Espartaco y Paco Ojeda, y su disposición para el triunfo, le permitieron actuar tres tardes y ser uno de los triunfadores del ciclo tras cortar cuatro orejas. Y otra más paseó ese mismo año en la corrida de Beneficencia, en un mano a mano con Luis Francisco Esplá.
José Cubero Sánchez El Yiyo había nacido el 16 de abril de 1964 en la localidad francesa de Burdeos, donde sus padres residían como emigrantes, pero se consideró madrileño del barrio de Canillejas de toda la vida. Acababa de cumplir solo 17 años cuando recibió el título de matador de toros en Burgos, con Ángel Teruel como padrino y José María Manzanares de testigo. Y ahí comenzó una trayectoria que encontraría su punto culminante en la Feria de San Isidro de 1983. Su nombre no figuraba en los carteles, pero, -lo que es la vida- las sucesivas ausencias de Roberto Domínguez, Espartaco y Paco Ojeda, y su disposición para el triunfo, le permitieron actuar tres tardes y ser uno de los triunfadores del ciclo tras cortar cuatro orejas. Y otra más paseó ese mismo año en la corrida de Beneficencia, en un mano a mano con Luis Francisco Esplá.
‘Yiyo, torerazo’. Así titulaba su crónica Joaquín Vidal de la corrida celebrada el 1 de junio, día en que El Yiyo traspasó a hombros la puerta grande tras cortar una oreja a cada uno de sus toros.
‘Vino de suplente y ahí está, candidato a triunfador de la feria’, escribía el maestro. ‘Yiyo, esa es la figura. Yiyo, torerazo. Torero completo, en todas las suertes. Torero en la brega, en quites, y con la muleta, artista y dominador. El repertorio de la tauromaquía plasmó ayer Yiyo ante la asombrada cátedra de Las Ventas, y cuando ya lo había desgranado con auténtica exquisitez, se mostró en su dimensión de torero de casta, valiente, decidido a triunfar a pesar de la bronquedad del toro y a pesar de la cogida. Este sí que es valiente, a carta cabal’.
‘Cuando cobró la estocada -terminaba Vidal- el triunfo ya era de apoteosis y la plaza entera le aclamaba. ¡Torero!, ¡Torero! Salió a hombros por la puerta grande, y en aquellos momentos ocupaba un puesto cimero entre las figuras. La lección de Manolo Vázquez, la maestría de Antoñete y su distancia, la torería de Esplá, habían tenido por una tarde su síntesis en Yiyo; torerazo Yiyo’.
Un año después, llegaría la tragedia de Pozoblanco. El 26 de septiembre de 1984 formó parte de ese cartel maldito en el que acompañó a Paquirri y El Soro. Y fue El Yiyo el que acabó con la vida del toro Avispado, que momentos antes había herido mortalmente a Francisco Rivera.
Ni en la más pura ciencia ficción podía nadie imaginar que once meses más tarde, ese chaval casi imberbe aún, enterraría su estoque en el morrillo de otro toro que no pasaría a la historia por su encastada codicia, que la tuvo, sino por acabar con las ilusiones de una figura en ciernes.
Y, como siempre, las fantasmagóricas carambolas de la existencia. José Cubero no estaba contratado para esa corrida de Colmenar Viejo. El torero había llegado a Madrid de madrugada procedente de Calahorra, donde había toreado el día anterior, y hasta por la mañana no recibió la noticia de que sustituiría a Curro Romero, de baja por una contractura cervical.
Hizo el paseíllo junto a su admirado Antoñete y José Luis Palomar. El toro Burlero salió en sexto lugar. Hizo una buena pelea en varas, y llegó a la muleta con nobleza, acometividad y codicia. El Yiyo inició la faena con tres muletazos por bajo, y se lució después en tres tandas de templados redondos; brilló al natural, y así lo captaron los tendidos, emocionados antes el espectáculo ofrecido por toro y torero.
El Yiyo pinchó en hueso antes de cobrar una estocada. Fue entonces cuando el animal se revolvió, prendió al torero, que no pudo hacerse el quite, y lo derribó. Ya en el suelo, giró sobre sí mismo para evitar la cornada, pero el toro persiguió a su presa con saña hasta que le clavó el pitón astifino en el costado izquierdo, y así lo levantó. Cuando el toro lo soltó, el corazón del torero estaba roto, y la vida se escapaba a borbotones.
El monumento que José Cubero Yiyo tiene en la explanada de la plaza de Las Ventas es algo más que un punto de encuentro para los aficionados; es el recuerdo permanente de un torero elegido que la gloria lo arrebató demasiado pronto y para siempre. Hace treinta y siete años ya…
José Cubero “Yiyo” Por El Zubi.

Poca gente conoce, que la propiedad de la cabeza del toro Burlero, de la ganadería de Carlos Núñez, que mató a Jose Cubero “Yiyo” el domingo 30 de agosto de 1985 en la Plaza de Toros de Colmenar Viejo (Madrid), durante la Feria de Los Remedios, fue motivo de varios litigios en los tribunales, entre los carniceros que compraron los toros de aquella dramática corrida y la empresa Merlan S.A., adjudicataria de la Plaza, y que el asunto acabó en 1990 en el Tribunal Supremo, que respaldó la sentencia de la Sección 14ª de la Audiencia Provincial de Madrid, dándole la razón y la propiedad de la cabeza en última instancia, a los carniceros José y Domingo R. M., que recuperaron la propiedad de la cabeza cinco años después de la muerte de “Yiyo”.
Pero empecemos por el principio, que es como hay que contar las historias.
Burlero fue el sexto toro en lidia de la corrida que se celebró aquel negro día de las fiestas locales de Colmenar Viejo. José Cubero compartía cartel con Antonio Chenel “Antoñete” y José Luis Palomar.
Al salir el toro se animó la cosa en la plaza. Rafael Atienza lo picó muy bien. Yiyo comenzó la faena con la rodilla en tierra, con tres impresionantes muletazos por bajo que quitaron la respiración a la plaza.
El toro estaba bien ahornado por la lidia que se le había hecho. José Cubero le dio tres series de redondos muy templados, bien ligados, muy intensos y sentidos. El torero se entregó desde el principio. Las series eran largas, de cuatro y hasta cinco pases, con las zapatillas clavadas en la arena sin enmendarse del sitio. Burlero era un toro muy encastado que repetía y repetía con codicia su noble embestida.
La faena pasó a mayores cuando Yiyo se echó la muleta a la mano izquierda y comenzó a torear al natural desmayadamente, hasta empalmar dos con el de pecho.
El público estaba ya conmovido y en pie. Yiyo, borracho de toro y poseído por la magnitud de su obra, cambió la espada y siguió toreando: cuatro molinetes fundido con el toro y tres naturales mas por bajo para rematar la faena, dejando al toro cuadrado y pidiendo la muerte a gritos.
El torero se perfiló y pinchó en hueso. De nuevo se perfiló y a volapié muy lentamente, dejándose ver se cruzó con el toro, metiéndole el estoque en todo lo alto.
El toro al sentirse herido de muerte se revolvió y Yiyo quiso hacerse el quite con un natural para sacarse de encima al animal, pero Burlero, estaba ya cegado y cogió al torero a quien dio una voltereta.
Estando el torero tendido en la arena giró sobre sí mismo para que el toro no volviera a cogerlo, pero Burlero, encelado con su presa no atendió a cuantos capotes le echaron para quitarlo de allí, y persiguió a Yiyo haciendo hilo con él hasta alcanzarlo de lleno en el costado con una terrible certeza.
Lo enganchó, lo levantó del suelo y lo dejó de pie con el pitón dentro del cuerpo. El toro, libre de su presa cayó fulminado, mientras el torero auxiliado por sus subalternos, daba tres pasos hacia la barrera, con la vista perdida y se desplomó.

La muerte con su guadaña hizo acto de presencia. La estupefacción de los toreros delató la tragedia mortal. Yiyo estaba muerto. Cuando lo llevaban por el callejón las asistencias, el gesto del torero era delatador y terrible: los ojos abiertos y extraviados y la tez blanquecina cerúlea de la muerte.

El ganadero Marco Núñez, horrorizado huía hacia Sevilla, sin entender aun a ciencia cierta lo que había pasado.
Su muerte dejó secuelas de tragedia y de dolor: su apoderado Tomás Redondo, que no pudo sobrellevar el dolor de la tragedia, se suicidó poco tiempo después.
Su picador Rafael Atienza, murió pocos años después también. Recuerden que Yiyo estuvo en aquel fatídico y maldito cartel de Pozoblanco del 26 de septiembre de 1984 junto a El Soro y Paquirri.
Burlero fue arrastrado por las mulillas hasta el desolladero. Cuando los carniceros José y Domingo R. M. que habían adquirido las res por contrato de compraventa firmado el 13-8-1985, procedían al despiece de la res, separada ya la cabeza del cuerpo, irrumpió en la sala de desolladero de la Plaza un gran número de personas de la empresa Merlan S.A. y sin que los matarifes pudiera impedirlo, se la llevaron para disecarla.
Durante cinco años la cabeza estuvo en manos de los propietarios de la plaza.
Los compradores de la carne de aquella corrida interpusieron una demanda de menor cuantía a los propietarios de Merlan, por creer que se habían apropiado de algo que ellos habían comprado.
El Juez de 1ª Instancia de Colmenar Viejo dictó sentencia el 10-12-1988 desestimando la demanda de los carniceros, que como es natural la apelaron, y la Sección 14ª de la Audiencia Provincial de Madrid, en Sentencia de 11-5-1990, estimo el recurso y la demanda condenando a los demandados a entregar la cabeza del toro a los carniceros.
Merlan interpuso un recurso de casación y el Tribunal Supremo rechazó el recurso, dejando sentado la sentencia dictada por la Audiencia en la que se dice que había existido “una desposesión cuando esa parte del cuerpo pertenecía ya a los demandantes, como industriales compradores de la carne, concepto no limitado a las canales de la res, sino a todas las partes en que normalmente se despieza, entendiéndose según costumbre habitual en el mundo del toro, que la compraventa de la carne de los toros a lidiar incluye el todo del animal: vísceras, cabeza y despojos”.
Y esta es la triste historia sobre la muerte de “Yiyo” y de Burlero, el toro y el torero que se mataron mutuamente y que no sólo trajo consecuencias trágicas al entorno del torero, sino que la codicia de algunos acabó en los tribunales.
