
Por Gaspar Silveira
MÉRIDA.- Un yucateco tomando la alternativa, el número doce de la historia. Y Jusef cumple con la papeleta, muy cara por cierto, porque doctorarse en la Plaza Mérida, en un cartel así, no es pepita y cacahuate. Ya habrá tiempo para la reflexión del mismo torero y, si quiere ir por la senda donde van los grandes, hacerle algunos ajustes al chip.
La vida de un matador no siempre es para congratularse, pero verle hacer realidad el sueño de muchos, valió la mitad del boleto para esta corrida inaugural, en la que casi se llenó el coso.
La otra mitad se la llevó el que quizá sea el más completo de los matadores de esta generación. Completo en toda la extensión de la palabra. Así es Jesús Enrique Colombo, un verdadero portento de facultades físicas y una carpeta grande de cualidades de torero. Fue, en todo sentido, el triunfador de una tarde que dejó detalles grandes para el anecdotario.
Merecidamente debió irse en hombros por segunda vez de la Mérida, pero fuerte varetazo que le causó una herida en la frente le hizo pasar a la enfermería antes de irse hacia Cancún porque a la una de la mañana volaba a Perú para torear hoy.
Lo demás, bueno. Leo Valadez está en un momento de profundidad torera. Cuánto se aprende en las escuelas taurinas y qué grato ponerlo de manifiesto en el ruedo. Una pena su fallo con el acero con su primero, que pudo dejarle algún trofeo, y sin fortuna en el sexto.

Andy Cartagena tardó en asentarse con el segundo, pero cuando lo hizo se dejó ver como un rejoneador de altísimos costos, mismo con el quinto, al que cortó una oreja. Siempre será garantía tenerlo en el cartel.
Y lo que muchos fueron a ver pues fue a Jusef. El nativo de Mama se hizo matador con un castaño que tenía fuelle en todas sus embestidas, desde los lances con el percal hasta con la tela roja. En banderillas le exigió también.
Gustó a los que saben de toros el que tomara la muleta con la izquierda porque el toro pedía ir por allá. Quizá cortar el viaje del toro al torear al natural hizo que los muletazos no terminaran de llegar al clímax. Bien el torero yucateco, sin cobas, que no sirven los elogios sin merecimiento.
El segundo toro de su lote fue un muy bien armado y grande ejemplar. Intentó con el estilo mostrado en sus novilladas: salto del Tancredo, para recibir, y en banderillas quiso abrir el tercio con un violín, pero trastabilló y se fue a la arena, quedando a merced del toro.
De nada estuvo que le pegaran una cornada. El de arriba echó un capotazo. Luego quiso, porfió entre sus condiciones de nuevo matador, pero fueron leves detalles de toreo asentado el que vio. Al matar, quiso hacerlo entrando a la suerte, a distancia, pero falló hasta en tres veces.
Su proyecto torero trae suertes añejas. Tal vez no era día para eso. Si tomaba la espada al natural, frente a frente, pudo ser distinto. Pudo ser, pudo ser.
Quizá habría que verle más y que él pueda sentirse cómodo en su quehacer. Un poco de las dos puede darle lo que busca.
La tarde fue de Colombo, como en aquel marzo pasado que reventó la Mérida con el consagratorio “torero, torero” de la afición yucateca. Desde su primer toro anduvo mostrando ese algo suyo que es especial. En banderillas tiene un poder para clavar los palos, ayudado por la fortaleza física. Y matando, hasta se oyó choque de la mano con la piel del toro al meter la espada. La oreja más que bien ganada.
En el segundo, el respetable se puso de pie para tributarle estruendosa ovación al completar el tercio de banderillas. Es un salvaje, o un loco, o un extraterrestre. Todo se debe a las facultades físicas y toreras. Con la muleta, ante un toro de 590 kilos, estaba decidido a que era vencer o morir.
Se metió entre los pitones hasta que “Mirasol”, de Santa Teresa, tiró un derrote que le llegó a la frente, con sangrado que causó pánico. Si fuera futbolista dos meses fuera, pero los toreros son de otra pasta. Agua para refrescarle las ideas entre el shock y a completar la faena, entre vítores. Una locura torear con la sangre casi bañándole el rostro, pero era una tarde para darlo todo, hasta la vida.
La espada la metió como marcan los cánones. Como deben de hacer los matadores de toros, que es el título nobiliario que tienen los toreros.
Se hizo eterno el juez en conceder la oreja, y algunos querían otra. Le debieron la puerta grande. Ya queremos verlo en Xmatkuil.
Publicado en El Diario de Yucatán.
