Existe la sospecha de que hoy no se lidia un solo toro con las defensas intactas
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Por Antonio Lorca.
¿Se lidian toros afeitados en la tauromaquia del siglo XXI? ¿Es verdad, que el fraude en los toros se ha generalizado hasta extremos lamentables ante la pasividad de la administración, los taurinos y la afición?
Hace tiempo que no se habla de pitones analizados, propuestas de sanción, inhabilitación, recursos…
¿No se afeita o es que el asunto ha dejado de interesar? Se afeita mucho, claro que sí, pero no importa, está claro, ni al público pasajero, ni a la minoritaria afición, cansada de pedir integridad se le escucha.
Hablar hoy sobre la manipulación de las astas puede parecer, incluso, una frivolidad; pero no lo es, nunca lo ha sido. De hecho, la integridad del toro es un elemento capital para que el encuentro con el toreo sea considerado una gesta heroica.
Esa fue la preocupación fundamental del senador socialista Juan Antonio Arévalo, que impulsó la elaboración de un libro blanco sobre la situación de la fiesta en la década de los 80, que fue el precedente de la Ley de Potestades Administrativas en materia de Espectáculos Taurinos de abril de 1991.
El 10 de diciembre de 1983, Joaquín Vidal firmaba en El País un artículo titulado El ‘afeitado’, un traumatismo cruel, del que se pueden destacar algunas perlas que no han perdido actualidad alguna.
“La costumbre de afeitar los toros”, escribía Vidal, “destruye la fiereza de los animales y desluce gravemente la fiesta taurina”.
“Los aficionados sospechan que gran parte de las reses saltan a la arena afeitadas, mediante un proceso fraudulento, cruel y burdo que no solo mutila sus defensas naturales, sino que lo derrumba psicológicamente, hasta anular la fiereza natural que es característica del toro de lidia”, añadía.

En opinión del recordado crítico, “cuando se suelta al toro, ya es otro animal. Carece de tacto, se resiste a cornear con unos muñones que le arden, pierde el apetito, no duerme. La herida se le infecta y entra en estado febril. Pero, principalmente, sufre un derrumbamiento psicológico. Sabe que ha perdido el símbolo de su poderío. Cuando salga de la oscuridad del toril y aparezca en la arena, será un animal enfermo y derrotado”.
“Los estamentos taurinos profesionales”, continuaba, “reaccionan violentamente cuando la cuestión del ‘afeitado’ entra a debate: “¡Se afeita mucho menos de lo que dicen!”, suelen protestar. Pero ellos saben y la afición da por seguro que se afeita más de lo que se multa”.
“Normalmente, los ganaderos son contrarios a que les despunten las reses, y algunos, de una integridad irreprochable, antes las mandarían al matadero que tolerar el fraude. Pero ninguno se atreve a denunciarlo, quizá porque temen represalias. Ni siquiera la propia Unión de Criadores de Toros de Lidia ha sancionado disciplinariamente a los agremiados infractores”, concluía Joaquín Vidal.
Afeitar, lo que se dice cortar los pitones de los toros para aminorar el riesgo, se ha afeitado toda la vida. Recuérdese el escándalo que provocó Antonio Bienvenida en 1952 cuando se atrevió a denunciar el fraude. Pero, pasada la tempestad, volvió la manipulación y aquí permanece.
Hace años que el afeitado está cubierto por un manto de silencio, lo que no significa que esté erradicado. La impresión es que se manipula más que nunca, pero el fraude se ha normalizado. Sigue siendo un delito, pero no se persigue. Los taurinos han conseguido que exista la fundada sospecha de que en el siglo XXI no se lidia un solo toro con los pitones íntegros. No será toda la verdad, pero es la impresión reinante.
Es cierto, no obstante, que esta práctica se ha convertido en una pandemia silenciosa que envenena la fiesta.
Publicado en El País.