La Fiesta está hecha de pasión pero no se debe perder la cabeza, inventando adjetivos hiperbólicos y asegurando que es el mejor torero de toda la historia. Dios no quiere rival en la tierra.
Por Andrés Amorós.
El rabo que cortó Morante en Sevilla se ha convertido en tema de conversación nacional, infinitamente más grato que la política. Casi todos con los que hablo me preguntan si fue para tanto. A todos les sorprende oírme que ese triunfo no fue sólo el de una tarde; que Morante había hecho últimamente varias faenas, en la misma Maestranza, de ese mismo nivel; que el acontecimiento se produjo porque confluyeron varios factores: un público que deseaba fervientemente ese triunfo; una faena magnífica, con un manejo del capote extraordinario; una estocada efectiva, con la suerte de que el toro rodara espectacularmente a los pies del diestro; un presidente propicio a concederle los máximos trofeos…
Se unieron estas circunstancias y la consecuencia ha sido que Morante se ha convertido en un auténtico mito. El último torero que lo había conseguido, por un camino muy distinto -la suma de personalidad, misterio y marketing- había sido José Tomás. Lo estamos comprobando en este San Isidro. Buena parte del público acude con el prejuicio de que Morante es un cuentista; su triunfo, una exageración sevillana: ¡ya va a ver cómo se las gastan en Las Ventas! Otro sector va a la plaza dispuesto a entusiasmarse viendo una faena única en la historia…
En su primera tarde de la Feria madrileña, los toros de Garcigrande no le dieron ninguna opción, Morante no hizo nada (es lo normal) y los mató feamente (eso sí merece reproche). La gente salía indignada pero con más ganas todavía de volver a verlo. La segunda tarde, su primer toro de Alcurrucén tampoco sirvió: como diría un castizo, ídem de lienzo. En su segundo toro, El Juli hizo un buen quite y José Antonio decidió replicarle. Bastó ese gesto de verle tomar el capote e irse hacia el toro para desatar una locura colectiva. Luego, los lances y los muletazos que dio fueron preciosos pero muchos los acogieron como lo nunca visto: ésa es la fuerza del mito.
La Fiesta está hecha de pasión pero no se debe perder la cabeza, inventando adjetivos hiperbólicos y asegurando que es el mejor torero de toda la historia (la que ellos han visto, supongo). Es un gran artista y ahora es más regular, porque ha asumido su responsabilidad de figura (la línea de Gallito, su ídolo). En este San Isidro, todavía tiene una tarde para demostrarlo.
Publicado en ABC