A los doctores Luis Alberto Navarrete Ruiz del Hoyo y Luis Alberto Navarrete Jaimes, que en paz descansen…
Los ciclos de la vida se cierran siempre. Es inevitable, ley de vida.
Y así, la trayectoria del hombre que cambió la historia del rejoneo, Pablo Hermoso de Mendoza, está por cerrarse como torero, con señalamientos hacia la grandeza. Y la de ustedes, por obra y gracia del Creador, ha colocado el punto final de una vida que, en su hoja de servicios profesional, tuvo en la querida tauromaquia un apartado que recordaremos siempre, como hicieron los aficionados al brindarles un sentido aplauso cuando terminó el paseíllo de la corrida inaugural de la temporada de la Plaza Mérida. ¿Cuántos toreros habrán atendido sus manos médicas?
Se cierran siempre, pero se abren con la llegada de nuevas facetas, otros personajes. Seguramente, desde arriba, habrán visto, antes del magisterio de Hermoso de Mendoza en el cuarto toro, a un par de jóvenes que, entendemos, van a ocupar un lugar importante en la fiesta de los toros. Nada mejor que verlo con un ambientazo como el de ayer, con lleno de “no hay billetes”, como cuando se dio, dos décadas atrás, el debut de Hermoso en Mérida.
A Diego San Román, de Querétaro, le vimos salir en hombros luego de un verdadero concierto en el que abundaron las notas agudas, como los sonidos graves de los aplausos y del “nooo” ante el temor de los aficionados de que, pisando terrenos tan comprometidos, era 99.99 por ciento probable que terminara en la enfermería o en los quirófanos de la Clínica Mérida que ustedes, doctores, dirigieron largos años.
¡Qué triunfo tan grande de San Román con ese segundo toro!, de Pablo Moreno. Lo mismo cuajando importantes trazos que arriesgando el pellejo y mucho más, con dos orejas de justa entrega.
Y Arturo Gilio, de la Comarca Lagunera, sacó esos pinceles para bordar finos trazos al tercero, llevándose un levantón que pudo ser de cornada de pronóstico reservado. La labor de Gilio fue premiada con una salida al tercio de esas que, a veces, valen más que una oreja.
Y tocó ver a Hermoso de Mendoza con el cuarto, el último toro que lidió en la Plaza Mérida, en esta su campaña de despedida. Sin mucha fortuna con el acero con el primero, parecía que dejó todo para el segundo, de “La Estancia”. Impresionante por donde se le vea al caballista navarro. Colocando con elegancia y vistosidad los rejones de castigo, las banderillas, tanto las largas como las cortas, y el recital llegó cuando hizo de sus preciosas jacas las muletas, toreando de lado, quebrando en la cara del toro, o corriendo y dando las vueltas dejando al astado parado. Siempre seguro en el tercio final, esta vez marró tres veces con el rejón de muerte y todo quedó en una vuelta al ruedo.
No hay duda que, el ciclo que está cerrando Pablo es el del mejor rejoneador de la historia. Nos contó en el burladero, mientras salía el sexto de la corrida, que se sentía el hombre más afortunado sobre la tierra por todo lo que el toreo le dio y, dice, le seguirá dando porque vivirá montando y haciendo toreo todas las tardes, aunque ya no esté en las plazas, como ahora, que toreó diez tardes en dos fines de semana.
Una pena lo que pasó en la recta final de esta corrida de apertura. El quinto toro de la tarde fue devuelto a los corrales por mostrar lesión en los cuartos traseros. Salió el reserva, como marca la ley, y penosamente ocurrió lo mismo: lesión en las mismas articulaciones. Pero allí se aplicó el reglamento otra vez: se picó al toro y San Román tuvo que lidiarlo, pegando dos tandas y matando. Los que no tienen idea de ordenamientos y respetos, mentaron madres como merolicos. No puede haber un toro de reserva por cada toro titular. Explicable, pero no entendible para muchos.
Así los ciclos… Se cierran y se abren. Mención para dos toreros retirados que vieron a sus hijos jugarse la vida, Óscar San Román, y Arturo Gilio. Gracias a Pablo Hermoso, y gloria a los médicos de la Mérida que se adelantaron.
Por Gaspar Silveira – Diario de Yucatán.