Aniversario 78° de la Plaza México: Con Manolete se desbordó la pasión en la Monumental.

Por Alfonso Ávila.

Alrededor de cincuenta mil espectadores llenaron la Plaza Monumental México, la más grande del mundo, el día de su inauguración. Se lidiaron seis toros de la ganadería mexicana de San Mateo, propiedad de Antonio Llaguno, que resultaron bravos en general. Luis Castro “El Soldado”, que vestía de marfil y plata (pitos y pitos), Manolete, con un terno tabaco y oro (oreja y dos vueltas al ruedo) y Luis Procuna, de azul y oro (oreja y ovación). Jardinero, cárdeno oscuro caribello, marcado con el núnero 33, fue el primer toro lidiado en este coso.

El coso de Insurgentes, proyectado por Neguib Simón y cuyas obras fueron dirigidas por Modesto C. Rolland, se levantó en apenas seis meses, para lo que hizo falta el esfuerzo de diez mil operarios de todas las especialidades que trabajaron día y noche en larguísimas jornadas de hasta tres turnos. El ruedo del coso se encuentra aproximadamente veinte metros por debajo del nivel del suelo, mientras que por encima el edificio se yergue otros dieciséis metros, adoptando la faraónica construcción forma de monumental embudo.

Cincuenta mil espectadores abarrotaron la Monumental en este día. Manolete, El Soldado y Procuna contienen la respiración segundos antes de pisar el ruedo del coso más grande del mundo. Nunca nadie ha toreado ante tanta gente. Es tal la aglomeración de asistentes que la sacrosanta puntualidad taurina estuvo a punto de romperse. El reloj de la plaza marca las cuatro en punto de la tarde y el paseíllo no comienza hasta pasados quince minutos.

Una curiosa anécdota acerca del gran día del estreno es que dos días antes de su inauguración, el 3 de febrero de 1946, la Monumental fue bendecida por el Arzobispo Primado de México, quien recorrió el ruedo arrojando agua bendita, sentenciando con buen sentido del humor: “Conste que di la vuelta al ruedo antes que Manolete”.

Según Paco Malgesto, corresponsal del periódico La Afición: “Hubo pasión, triunfo, consagración, derrota y hasta bronca”. El Soldado no tuvo su tarde, aunque lució en algunos lances de capa al toro que abrió plaza; Luis Procuna paseó una oreja del tercero tras una faena bella e inspirada, y derrochó arrojo y entrega sin límites en el sexto, que le propinó una angustiosa voltereta; pero fue con Manolete con quien se desbordaron las pasiones.

El Monstruo ya había obtenido del segundo la primera oreja de la historia de La México, pero fue ante el quinto cuando verdaderamente ardió Troya. El toro, de nombre Peregrino, de abanto y complejo carácter durante el primer tercio, fue devuelto a los corrales sin motivo aparente, y el público, decepcionado, entendió que la devolución se había producido porque a Manolete lo le había gustado lo que el animal había hecho en esos primeros compases de la lidia, de modo que se armó una bronca de consideración en los tendidos y comenzaron a llover almohadillas. Sin embargo, lejos de arrugarse ante las iras del público, Manolete brindó la muerte del sobrero, de nombre Monterillo, de descarada cornamenta y mayor trapío que el toro devuelto, al sector del público donde salían las voces más duras de la protesta.

El citado Paco Malgesto narró del siguiente modo tanto la torera reacción de Manolete como la magistral faena que a continuación llevó a cabo ante el toro de reserva: “El cordobés es extraordinario, tiene muchas condiciones a su favor: valor y casta de torero, soberbia y digna…Tomó los trastos y a grandes trancos, pisando fuerte, pálido y disgustado, se fue a los tercios de la porra y ahí se dirigió a los tendidos alto que se habían metido con él para brindarles, seguramente con no muy buenas palabras, la faena y muerte de su bravo enemigo. Fue un gesto de torero. Un gesto de hombre con sangre en las venas. Un gesto de señor que tiene un corazón grande para templar con la muleta”.

Todo seguido, como admite el cronista, la gente enloqueció: “Manolete, a quien por primera vez vimos rabioso y sin su acostumbrada serenidad, vibró, sintió el toreo, y naturalmente nos lo hizo sentir en toda su hondura, con todo su sabor, su pasión y fuego, con calor y verdad…Toreó por alto, dio derechazos, y después hizo el pase natural toreando auténticamente en redondo, con mando, con imperio, y remató la serie con el clásico pase de pecho, largo y torero, majestuoso y grande… Después enganchó una serie de manoletinas intachables, aguantando a pie firme, toreando, dejándose arañar la chaquetilla por los pitones del bravo Monterillo”, y añade: “Con el ruedo tapizado de sombreros, con la plaza conmovida, debajo de un público puesto en pie, enloquecido, convencido y entregado, entró a matar y pinchó…Volvió pronto a torear, con la mano derecha, ajustándose lo indecible y sin ver al toro, viendo al público que lo había insultado y que a esas alturas se le entregaba apabullado…Fueron varios derechazos muy largos, muy hondos… Volvió a pinchar. Pinchó hasta seis veces, pero hay que aclarar que siempre entró dando el pecho, derecho, de verdad… Pinchó por mala suerte y nada más. Cada pinchazo arrancó una ovación del público y cuando por fin enterró el acero y murió Monterillo no hubo oreja pero si varias vueltas al ruedo entre gritos de torero torero que sirvieron de reconciliación”.

Este domingo, 5 de febrero, la Monumental Plaza de Toros México cumplirá setenta y ochos años desde su fundación, con un cartel en el que dirá adiós el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza.

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