Entrevista: Díaz Cañabate por Joaquín  Vidal

Publicada en El País el 6 de Julio de 1979.

En otoño aparecerá el tomo quinto de Los Toros, el tratado de tauromaquia que dirigió José María de Cossío. En enero, el sexto. Todo el tomo quinto, y aproximadamente la mitad del sexto, están dedicados a biografías de toreros. El resto son trabajos monográficos con los que se completa la actualización de la obra cumbre entre cuantas han sido dedicadas al espectáculo taurino. 

Habrá, como capítulo fundamental, un estudio sobre el toreo contemporáneo , escrito por Antonio Díaz Cañabate, que es quien dirige la realización de los dos nuevos volúmenes y es entrevistado por Joaquín Vidal.

Los Toros es el título de mayor difusión de cuantos lleva editados en su historia Espasa-Calpe, y por tanto el de mayor rentabilidad, y aún ahora, casi cuarenta años después de su primera edición, se reciben pedidos de todo el mundo 
Su actualización es un intento que la editora inició hace más de diez años, pero se encontró con la negativa de José María de Cossío, quien había decidido no escribir ni una letra más sobre el tema. Después se encargó a Antonio Díaz Cañabate quien aceptó, pero tuvo muchas dificultades para llevarlo a cabo. 

Cañabate había participado en la redacción de los primeros volúmenes.

Pregunta. ¿En qué parte de la obra intervino usted fundamentalmente?

Respuesta. En las biografías. Pero antes le contaré cómo conocí a Cossío y cómo entré en Espasa-Calpe, pues es curioso. Fue durante nuestra guerra. El año 1937. A mí me gustaba mucho recorrer los puestos de libros, que abundaban en Madrid y donde había gran cantidad de ejemplares de segunda mano, seguramente porque mucha gente vendía sus bibliotecas o parte de ellas, naturalmente por necesidad, y desde luego por el afán de leer que había entonces. Un día encontré el Epistolario para amigos, de Cossío, a quien no conocía. Poco tiempo después nos presentó mi primo Antonio Garrigues, y le hablé de mi compra. Le causó gran sorpresa, pues, según me dijo, tenía toda su obra recogida en su casa de Tudanca, y le faltaba precisamente ese libro, cuya edición, limitada y numerada, se había agotado. Entonces tuve la atención -por otra parte, lógica- de regalárselo. Nos hicimos muy amigos. Desde 1935 estaba Cossío en la tarea de dirigir y escribir Los Toros para Espasa-Calpe, por encargo expreso de José Ortega y Gasset, y necesitaba colaboración. Por otro lado, yo era un ciudadano absolutamente indocumentado, y corría el riesgo de que me metieran en la cárcel por este motivo. No tenía carnet de nada. Ni siquiera disponía del recurso que utilizó mi amigo Pepín Bello, el cual, un día que los guardias le pidieron en la calle la documentación, exhibió su acreditación del congreso antipalúdico, que se celebraba en aquellas fechas, y no sólo le sirvió, sino que los guardias se pusieron firmes. Bueno, pues al conocer mi problema, Cossío me ofreció entrar como colaborador en Espasa Calpe, con lo cual, además de ayudarle en el trabajo de Los Toros, podrían facilitarme un carnet de trabajador de UGT; ya ve usted: de UGT. Aquellos eran unos tiempos curiosos.


P. ¿Cuándo empezó usted a trabajar en los dos tomos que van a aparecer en breve?



R. En realidad, hace un par de años, aunque el asunto colea desde hace siete o más. Fue precisamente José María de Cossío quien propuso que dirigiera yo la continuación de la obra. Y acepté, pero con la condición de que siguiera figurando él como autor. Es perfecta mente lógico, pues, si usted se fija, nadie dice Los Toros, sino el cossío; la fama y el prestigio de José María a raíz de la aparición de este tratado son enormes, desde luego incomparables con mi relativa y modestísima popularidad. Bien, pues me metí de lleno en el encargo. Pero no puede hacerse ni idea de los quebraderos de cabeza que tuve, principalmente porque no encontré colaboradores.


P. Parece raro, pues son muchos los escritores especializados en temas taurinos.

R. No se crea que tantos; me refiero a los que sean medianamente inteligentes. Y los que valen no pudieron, o no quisieron, colaborar. El panorama, en estas circunstancias, era negrísimo. ¿Cómo iba a afrontar yo solo tarea de tanta envergadura? De manera que, aunque esbozado el proyecto, quedó un poco olvidado. Hasta que hace un par de años o tres (no se fíe mucho de mi memoria, que soy fatal para la cosa esta de las fechas), conocí circunstancialmente a Juan José Bonifaz y me enteré de que, simplemente por afición, llevaba años recopilando datos biográficos de toreros, por cierto con muy buen método, y tenía la friolera de 8.000 fichas. ¡Qué hallazgo! Me dije: «Este es el hombre». Y resucitó lo de el cossío, y todo lo llevé a Espasa, llegamos a un acuerdo (mejor dicho, llegaron, pues en la parte económica no entro), y de inmediato nos pusimos a trabajar.

P. Es evidente que el biógrafo era la clave para continuar la obra.



R. ¡Hombre, claro! A ver, si no, de dónde iba a sacar las historias de todos los toreros que ha habido desde 1967 (fecha de publicación del tomo cuarto), que son un disparate. Para el resto, en cambio, ya era más fácil todo, y prácticamente está hecho. Fernández Cuenca ha escrito un capítulo sobre los toros en el cine; García-Ramos, sobre la reglamentación taurina; Lafuente Ferrari, sobre bellas artes, etcétera.


P. ¿Y usted?

R. He escrito la disertación, que viene a ser continuación de la que hizo Cossío en el tomo primero. Hablo del toreo de nuestro tiempo y lo juzgo en relación con una pérdida de interés notable, que es consecuencia del afeitado, de la influencia de los apoderados y de la irrupción del toreo cómico disfrazado de toreo serio. Aquí me estoy refiriendo a El Cordobés, naturalmente.


P. No le gustaba, ¿verdad?

R. ¿A mí? ¡Quite usted! Ni me gustaba, ni le admiraba, ni me creí jamás todo lo que le inventaron, incluido lo de la genialidad y el valor. Fue un torero nefasto para el espectáculo. Mejor dicho, es, porque tengo entendido que vuelve. ¿Usted sabe por qué vuelve este señor?


P. Pues a ciencia cierta, no; al parecer, añora la popularidad.



R. Lo que hay que oír. En fin, me trae sin cuidado, pues estoy totalmente al margen del mundo taurino. No me interesa.


P. Quizá no le interesó nunca. Se dice incluso que a usted le aburría ir a los toros.

R. Este es un asunto que voy a aclarar, ahora que me brinda la ocasión, aunque ya lo he hecho otras veces. A mí no me aburre ni me aburrió nunca la fiesta de toros; por el contrario, me apasiona. Lo que en cambio me aburría soberanamente es esa fiesta que nos impusieron los apoderados y los empresarios después de la guerra, y sobre todo en los años sesenta. Le quitaron el instinto al toro, con lo que el espectáculo perdió emoción; los toreros no tenían personalidad y redujeron su técnica a los dos pases, con lo cual el toreo carecía de variedad y belleza. Yo había conocido la etapa anterior, la de los grandes maestros, con el toro íntegro y de casta, y, por tanto, no me podía gustar lo que vino después. Así que vamos a precisar: soy un enamorado de la fiesta de los toros; no de este sucedáneo. Algo parecido me ocurre con Madrid, al que quiero con toda mi alma, pero no me va este Madrid de cemento y ruidos que nos han hecho.


P. Aquello de «los dos pases» fue una feliz definición suya que podíamos leer habitualmente en sus crónicas, las cuales, por cierto, eran muy ingeniosas y tenían lectores fieles. ¿Por qué dejo la crítica taurina?



R. Es usted muy amable y le agradezco sus palabras, pero esa no es la realidad. Mis crónicas valían muy poco. En realidad estaba harto, y por eso lo dejé. Tengo ahora una sensación muy acentuada de que perdí miserablemente el tiempo durante los quince años o por ahí que ejercí de crítico. Por dedicarme a esto, dejé de hacer otras cosas más importantes, escribir libros, y así. Empleé mis años mejores en una labor que no sirvió para nada.


P. No estoy de acuerdo. Usted hizo mucho bien a la fiesta.

R. Quizá, sí, era de los pocos críticos independientes que no iban a la peseta -cuando yo empecé, esto es cierto, el panorama de la crítica era lamentable-, y se tuvo que notar. Pero eso es todo. Peleé inútilmente por una causa perdida Ahora, con mis 82 años, miro hacia atrás y pienso que me equivoqué al aceptar la crítica taurina. No siento absolutamente ninguna satisfacción por haberla ejercido, y, por supuesto, no la echo de menos en absoluto.


P. ¿Antes de Abc no había hecho crítica taurina?

R. Nunca. Tenía una colaboración semanal en El Ruedo, que titulaba El planeta de los toros (más de quinientos artículos), y firmé cuatro crónicas en los cuatro únicos números que se publicaron de una revista que se llamaba La fiesta nacional. Nada más. En realidad no me dediqué a escribir en serio hasta después de la guerra, cuando ya había cumplido los cuarenta años. Esporádicamente lo había hecho en diversas revistas, pero sin pensar que me iba a dedicar a esto. Mi debut es curioso: fue el año 1931, en Le Figaro, fíjese, Pierre Brisson me pidió que escribiera, desde Madrid, una sección fija sobre la España republicana. Por razones de seguridad, en la firma utilizaba mi segundo apellido, Viteri. Me pagaban bien, pero tenía que ir a cobrar a París. Y me venía fenómeno, porque cada quince días me largaba a París y allí me gastaba: muy bien los cuartos. ¡Qué recuerdos! Después de la guerra colaboré en Arriba, Semana, La Gaceta del Norte, Heraldo de Aragón, etcétera. Yo tenía la carrera de abogado y preparé las oposiciones a secretario sindical, pero me salió mal aquello. De forma que me dediqué a escribir, que era lo que de verdad me gustaba. En Abc entré con Luis Calvo, entonces director del periódico, a quien conocí en casa del médico Eusebio Oliver, que era amigo común. Me dijo que me había leído, y me propuso escribir un artículo. Lo hice: relaté una conversación entre Pío Baroja y Gallito en casa de Sebastián Miranda, y parece que gustó. A partir de ahí colaboré asiduamente, siempre con artículos costumbristas. La cuestión de la crítica taurina fue en 1957. Era el crítico titular José María del Rey, Selipe, y no sé qué pasó, pero el hecho es que cesaba, y Luis Calvo, que tuvo necesidad urgente de nombrar un nuevo crítico, se acordó de mí. En principio no acepté, pero Calvo insistió mucho, y como éramos muy amigos no podía defraudarle. Así que, inesperadamente, y sin haberlo buscado, me vi crítico taurino. Me hizo polvo Luis Calvo, caramba.


P. ¿Y eso?

R. Pues ya le decía: pienso ahora que no debí meterme en esto, pues debí escribir otras cosas. Obligado a ver al año más de cien corridas, al llegar a la feria del Pilar estaba exhausto. He de reconocer que cogí una época mala, de gran monotonía en el toreo. Cómo estaría de despersonalizado el escalafón de matadores, que en una corrida de Bilbao llegué a confundir a Fermín Murillo con Paco Camino. ¡Qué barbaridad! Es algo que no ocurría con el toreo de la preguerra.


P. ¿Para usted la vida ha sido bonita, o un trago amargo que hay que pasar?

R. Bonita. He tenido suerte. Me he divertido todo cuanto he podido y además me he codeado con lo más selecto de mi generación. Mis mejores amigos han sido Ortega y Gasset y Zuloaga, unas personalidades cuya categoría no es preciso ponderar. Recuerdo un año que nos fuimos los tres a los carnavales de Munich…. Bueno: eso no se lo cuento. En fin, que he vivido muy bien, quizá porque tampoco mis exigencias han sido muchas. En cambio, en lo que se refiere al dinero, no he tenido ninguna suerte; allá donde había un duro a ganar fracasaba estrepitosamente. Ya ve: a mis años sigo viviendo de esto, de las colaboraciones, cosas que me encargan. Menos mal que me divierte escribir esos articulitos costumbristas que caen tan bien a los lectores.

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