Granada recupera su ilusión en el toreo en una tarde redonda, con Curro Díaz y Castella en son de triunfo también.
Por María Dolores Martínez.
Volvió el toreo a la Monumental de Frascuelo, condicionado y duramente afectado por la situación generada por el Covid-19, pero en plenitud de valores, con un Enrique Ponce magistral y otros dos toreros, Curro Díaz y Sebastián Castella, que pusieron también de su parte para que el evento, el primero organizado por ‘El Güejareño’ en el coso capitalino, modélico en cuanto a medidas de seguridad y de auténtica categoría, haya devuelto la ilusión a los aficionados. Era una corrida especial y lo fue también en cuanto a contenidos artísticos. Enrique Ponce, con el que abrió plaza, recortó al máximo los terrenos y acabó metido entre los pitones para que ni el astado ni su faena se desmoronasen.
Había lucido el de Juan Pedro su nobleza en las verónicas de saludo y en los lances a pies juntos del quite, pero cuando el valenciano cogió la muleta la flojedad del toro se hizo más que evidente y aprovechó con maestría sus remisas embestidas para lograr tandas, especialmente al natural, de enorme mérito. Tras estocada casi entera paseó una oreja.
Ponce había dejado sus credenciales de figura, pero no había agotado aún su magisterio. Tuvo la suerte de encontrarse con Sainetero, un toro de enorme calidad con el que derrochó torería, elegancia y genialidad. Vio pronto todo su caudal de nobleza y se rompió por completo para sentirse en muletazos a cámara lenta, hincar las rodillas en tierra en pasajes desmayados y poner epílogo a su obra con unas poncinas que terminaron por desatar el delirio. Un pinchazo previo a una estocada entera haciéndolo todo él no impidió que se le concedieran justamente las dos orejas.
Prometía más la faena de Curro Díaz tras abrirse de capa y lancear con vibración al segundo. Pero el toro de su presentación en Granada, sin fuerza y sin fijeza alguna, condicionó un trasteo entregado pero con los lógicos altibajos. Hasta en la suerte suprema se le puso el toro a la defensiva, de ahí que necesitara de dos pinchazos antes de colocar una casi entera delantera. Fue ovacionado.
El quinto tampoco fue el mejor material para que pudiera obsequiar a los espectadores con su mejor arte. Le protestó en cada pase, pero su firmeza dio crédito continuo a la faena y la oreja llegó cuando puso colofón con una certera estocada.
Sebastián Castella optó por correr turno tras devolverse el de Parladé, tercero, por muy flojo. El que iba a salir en sexto lugar, de Juan Pedro, no dio facilidades al francés, que cambió el registro y su demostrada clase se transformó en garra y dominio cuando el burel, bronco y distraído, renunció a pelear. La tapó la salida y llevó siempre muy puesto el engaño para meterlo en el canasto en series de mucha fibra. Su esfuerzo tuvo el justo premio de una oreja tras estocada desprendida.
Con el sexto, sobrero, se las vio y se las deseó para sacarle partido. Le buscó todas las vueltas, le aguantó una enormidad, acreditó valor por arrobas y, además, se fue detrás de la espada como un cañón para sumar un nuevo apéndice y redondear su tarde.
Publicado en Ideal