Obispo y Oro: Y El Juli lloró.

Por Fernando Fernández Román.

A eso de las ocho y cuarenta y cinco minutos de la tarde-noche de ayer, El Juli lloraba en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid. Lloraba medio escondido, en la tronera del burladero de cuadrillas que se halla en la divisoria de los tendidos 8 y 9. Lloraba de rabia, esa rabia que brota de forma espontánea de las entretelas del cuerpo humano cuando se dan casos irrecuperables e irreversibles, como el que ayer se produjo tras la faena al quinto toro de la corrida. Lloraba un torero de Madrid en el corazón taurino de su Madrid del alma, porque los toreros también tienen lágrimas que llorar, además riesgos que afrontar y ruegos que pedir. Ver llorar a El Juli desde la lejanía de una localidad es, simplemente, intuir un desconsuelo; pero oírle llorar desde la cercanía del callejón debe ser espeluznante. Afortunadamente servidor se encontraba en el primero de los supuestos, es decir, lejos de aquél burladero, transmutado en escondrijo de urgencia, y, por tanto, ni vio ni oyó, solo barruntó. ¿Por qué lloraba El Juli, si se puede saber? Pues verán ustedes.

La cuarta corrida de abono de San Isidro estaba signada con el asterisco de “acontecimiento”. Cartelazo. Morante de la Puebla había pedido a la Empresa la ganadería de La Quinta para iniciar su aventura en este ciclo de toros que tiene a Madrid y su Plaza Monumental como centro neurálgico de la tauromaquia universal. Todo el mundo (taurino) quisiera estar en Madrid por estos días y, especialmente, en este festejo, al que se apuntaron de inmediato El Juli y Pablo Aguado. Repito: cartelazo. Calor asfixiante en la capital del Reino de España y reventón de público en los graderíos. No cabía ni una cuchilla de afeitar de canto. De pronto, aparece en los altos del 7 una pancarta con las dimensiones de la sábana de arriba de una cama de uno cincuenta, en la que se advertía a quien ocupare la presidencia de la Plaza que, a partir de esta tarde, ¡no al triunfalismo!; un mensaje que hacía las veces de mensaje admonitorio para prevenir desmanes, despropósitos y francachelas varias, tipo Sevilla, por ejemplo. ¡Advertidos estáis!, parecía deducirse de aquella proclama. Y bajo este sintagma empezó la corrida.

Primera grata sorpresa: los toros respondían fielmente al encaste al que pertenecen, esto es, sin grandes gorduras ni desmesuras córneas: en tipo. Toros guapos, de verdad, con sus pieles grises en distintas tonalidades (claros, entrepelados, caribellos….), de los que no dejan duda de su procedencia. Y ni uno fue protestado ¡Albricias!, esto se endereza, entra en razón. El primero, para Morante, quizá el más ibarreño, por la negritud de su capa, fue picado de forma lamentable por Cristóbal Cruz, colocándole la puya en la parte trasera del lomo, con los consiguientes daños colaterales que debió producir en el cornudo animal. Sea por este desaguisado o porque el toro lo traía de serie, el caso es que mostró una embestida incierta, algo mejorada por el pitón izquierdo; pero toro complicado desde que se tragó los primeros lances de capa del de la Puebla. Aquí empezaron los gritos correctores, los dictámenes inoportunos y las advertencias tipo “¡que esto no es Sevilla!”…, pero aun así, José Antonio lo intentó con la mejor voluntad, lo que los viejos cronistas llamaban “deseos de agradar”, como lenitivo que aplicar a la bronca inevitable. Tampoco le ayudó mucho (nada) el cuarto, uno de los toros complicados de la corrida. Morante, que no es amigo de insistir en lo indomable, insistió más de lo que el toro merecía. A uno lo mató pronto y bien y al otro, tarde y mal. En fin, ya vendrá el verano, que decía el otro. El otro torero, Pablo Aguado, se puso a torear de capa con lentitud y de muleta con la naturalidad que le ha dado prestigio, pero desde arriba le ordenaban cómo, cuándo y qué había que hacer para torear a un toro en Madrid. Volaban las voces como los vencejos vuelan: rasantes y rápidas, aprovechando los escasos intervalos de silencio aquellas y a favor de viento estos. Estas situaciones descolocan –desconcentran—al más pintado, pero los descolocadores no deben saberlo, ¿o sí lo saben? En fin, que la tarde fue aguada para Pablo, diluida y fría, más aún cuando se lio a pinchar en el sexto, otro toro de lomo largo y mal picado con el que bregó superiormente Iván García, excelso banderillero, que saludó una ovación en el tercero. Ahora, dispónganse a digerir –si es que lo merece—el texto que viene a continuación:

Salió a la arena de Las Ventas el segundo toro de la tarde. Una pintura de La Quinta, de nombre Bellotero. Un cinqueño –todos, menos el tercero, lo fueron—bravo, encastado y noble, de gran fijeza, al que El Juli toreó a la verónica como uno no imaginaba que podía torear este torero: ¡al ralentí! Fueron seis o siete lances de mano baja, melosos, perezosos, de una belleza insuperable. ¡Caray con El Juli! ¡Qué forma de torear con el capote! Después, la faena de muleta fue un recital de pases largos y ligados, de templanza exquisita, tomando al toro a la distancia justa, con la mano muy baja, y dejándolo colocado para enhebrar el muletazo siguiente. Y todo esto, en medio de algún que otro grito altisonante e intempestivo, desde el “¡crúzate!” al “eeeeeeeeh!..” de desaprobación cuando la muleta viaja por el terreno en que viaja el toro, el natural, el suyo. Gran toro, este Bellotero. Gran torero, este Juli. Figura indiscutible, digan lo que quieran. Encima, entró despacio a matar y colocó una estocada en todo lo alto. La plaza estalló en un clamor unánime y los graderíos se poblaron de pañuelos blancos. Entonces el presidente –me niego a nombrarle—se hizo de rogar para sacar el pañuelo que concede la primera oreja y así ¡evitar que le pidieran la segunda! Así que, cuando la gente se percató de que solo había concedido un trofeo ya era demasiado tarde. En ese momento Julián tenía entreabierta la Puerta Grande; pero quedaba otro toro. Fue ese quinto de La Quinta, reacio en principio a tomar los capotes, que se hizo el remolón hasta que El Juli le metió en el cuarto de estudio de su muleta y le obligó a tomarla y a seguirla hasta que el señor López Escobar quisiera. Una lección de dominio, valor y conocimiento del carácter del toro que está en el ruedo. Faena de maestro consumado, de los que dejan huella. Pinchó dos veces, para desespero de la inmensa mayoría del público; se esfumó el premio y con él, la salida por la Puerta Grande, pero la vuelta al ruedo fue apoteósica. Cuando terminó de circunvalar el ruedo, le dio el bajón emocional con que encabezo estas líneas. Y El Juli lloró. De emoción, de rabia, de desesperación. Ojalá ese llanto sirva también para aliviar acideces, litigios y pendencias que aparecen desde hace demasiados años en esta Plaza cuando él torea. Ayer, el Juli mereció salir en hombros por la Puerta Grande de Madrid porque demostró que está en ese punto de madurez al que llegan los pocos toreros que alcanzan la categoría de históricos. Así, como suena.

Publicado en República

Una respuesta a “Obispo y Oro: Y El Juli lloró.”

  1. Julian Lopez “El Juli” un autentico figurón del toreo plasmo en el albero de las ventas quizá la mejor tarde de su vida como matador de toros, con una entrega, conocimiento, plasticidad, valor , al torear no solo con el cuerpo sino con el alma. Gracias maestro Juli. !!!!!

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