Arrimarse y Acercarse – Sobre el Toro de La México.

Mariano Ramos

Las Horas Previas (III)

La pregunta, ¿Cuál es el toro de la Plaza México? En una época de crisis toreril vivimos en un modelo de fiesta centrado en el torero ¿Habrá solución? Quizá, a pesar de todo la respuesta, amigo mío, está en el Toro.

Por: Puntillero – De SOL Y SOMBRA.

Sonó un bocinazo en el tendido. Toreaba un gallo en la Plaza México la Temporada Pasada, no mal por cierto. De pronto, rotundo y lacónico, se escuchó algo así: “¡¿Qué pasaría si te acercas al toro?!” Un grito que fue como un rayo. Y cosa rara salió de Sombra.

De pronto, volcado en sí mismo y sobre su enemigo, un torbellino surgió con toda su intensidad tornando la calma del tendido en división, incluso en la reprobación de algunos. Además, lo que previo fue distancia generosa en los cites, desahogo y largueza en el trazo se tornó en un arrimón enrabietado.

Un arrimón entrelazado con toreo largo en un terreno muy corto, lleno de temple y valor, aunque mal rematado con la espada. Claro, me refiero a la faena de Sebastián Castella al toro de Teófilo la Temporada pasada en Plaza México. Para muchos una gran faena, para otros un “arrimón bárbaro”. Para mí, como casi todo en el toreo, mitad verdad y mitad mentira.

La verdad indiscutible es el arrimón del torero. Si a eso sumamos que el enganchón fue casi nulo y el pase largo, estaríamos hablando de una obra destacada y destacable, mayor en su realización por la Plaza en que se dio, aun siendo inacabada en su rúbrica.

Sin perjuicio de lo anterior, resulta también indubitable que en la faena aludida el espada y su enemigo estuvieron lejos, muy lejos, de acercarse a lo que entendemos por lidiar un toro, más aún si la faena acontece en la Plaza México.

Arrimarse, los toreros lo hacen hoy como en pocas épocas lo han hecho. De hecho, a pesar de todo, de las columnas que sostienen el edificio del toreo contemporáneo a ninguna se le pude cuestionar si se arrima o no. Ello sería un despropósito. Pero estar cerca del toro, aunque de la impresión de no serlo, es algo absolutamente distinto a arrimarse.

Cuando José María Manzanares y Mariano Ramos le salieron a la corrida de José Julián Llaguno en el año ´93 creo que (siempre hay que hacer una reserva) no hubo una sola voz en la Plaza México que dudara que los toreros ese día además de arrimarse se acercaron al toro. Porque para lo bueno y para lo malo, ambos espadas enfrentaron a un serio encierro en aquel forzado mano a mano, una corrida que no dejó dudas ni generó objeción alguna. Los toreros claramente se acercaron y le salieron al toro.

Es decir, así como no es lo mismo torear lento que torear con temple, estar cruzado que atravesado, arrimarse, es decir dejar el mínimo terreno entre diestro y astado, no equivale a estar próximo al verdadero toro. Una cosa es arrimarse al “teófilo” y otra muy diferente al “llaguno

Acercarse al toro es toda una forma de entender la fiesta, una concepción valida pero sobretodo valiosa, que es de suya la que más y mejor legitima el sacrificio de un animal en un ruedo, pues el resultado que ello arroje difícilmente encontrará entre los más férreos examinadores del fenómeno taurino causal alguna de improcedencia u objeción.

Por eso, ahora que uno de los más severos y callados observadores de la vida como David Sallinger partió, ésta generación de figuras del toreo parece hacer frustrar aquello de que “El verdadero poeta no elige los materiales, el material claramente lo elige (a él)” Solo que Sallinger olvidó que en los tiempos que corren para el arte del toreo el material siempre se ve seleccionado. Parece que el poeta siempre decide que será a lo que le cante.

Esto brinca nerviosamente a los ojos, pues quitando la primera etapa de Enrique Ponce, a veces después, Morante de la Puebla, las demás columnas del toreo contemporáneo siempre le han dado la vuelta al toro, por lo menos en la Plaza México. Es curioso, como diez años, diez Corridas de Aniversario después, la sobre elección de los materiales impidió ver la poesía del toreo.

Así como “Escarcha” de Xajay fue condenado una mañana de 5 de febrero a la hoguera del cajón de los sobreros, ineludible rito dentro de la liturgia del sacrificio del “becerro de oro” cada Aniversario, esta vez fuimos condenados a no ver en la Plaza lo que los potreros y sauces pueden ver en Tlaxcala, lo que barrancos y cierzo de Invierno pueden sentir en Zacatecas o, en su caso, lo que el ojo de agua y el trópico yucateco pueden ver cuando el toro camina por entre su dehesas. Ahí, justo donde siguen sin elegir a sus poetas.

Claro, esto quiere decir que ese toro de José Julián, ese toro piedranegrino o ese toro de Sinkeuel, a gritos están pidiendo una muleta capaz, tal como la tienen y han demostrado tener en otras latitudes las columnas del toreo contemporáneo, más si el lienzo es la Plaza México. Es decir, el material vuelve a buscar el encuentro con sus poetas.

Por ello, al hilo del cite de Sallinger, cada día cobra aún más fuerza el temple antoñetista consagrado la sentencia del Maestro Chenel: “Hay toros, los que traen un cortijo en cada pitón, que deberían tener el derecho de escoger a su matador” Lástima grande que hoy los cortijos se compren después de cobrar por elegir torear toros que tienen por pitones los huizaches del cortijo.

Sin embargo, el consuelo que puede quedar para Sallinger, Antoñete y algunos aficionados a los toros, es que en caso de que los “poetas” de hoy sigan escogiendo los materiales, sin dejar que éstos los elijan a ellos, quedará la fuerza del boleto y empuje del cojinazo. A la Afición debe quedarle algo.

Aunque no estoy plenamente seguro de ello. Como están las cosas, probablemente debamos rendirnos ante el hecho de que algunos toreros, espero se entienda, ni siquiera quieren ya salir a torear sobre los cojines.

Quizá esto sea porque tampoco tuvieron el “derecho” de elegirlos.

Twitter: @CaballoNegroII.

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